Por: Ángel Álvaro Peña
Las campañas electorales que vivimos no nos conducen a la legitimidad de la democracia, mucho menos a la consolidación de un liderazgo, y menos aún a una competencia limpia por el poder. Todo lo contrario. Con las armas que se pelean actualmente en la víspera de las elecciones más numerosas de la historia nadie gana, todos perdemos.
El origen de este desgarramiento de la sociedad mexicana se debe a que nadie hace su trabajo. Mucho menos quienes deben poner el ejemplo de civilidad y cultura política. Ni siquiera por respeto a la historia que tanto defienden pueden hacer un esfuerzo por contribuir a que haya piso parejo en la competencia electoral.
El árbitro electoral, en lugar de demostrar su imparcialidad, prefiere tomar partido. Le echa leña al fuego en medio de una polarización de la que está consciente y en lugar de ser un instrumento de pacificación y de concordia; divide, insulta, agrede.
La oposición va con una agresividad que incluso los consejeros electorales en medio de su parcialidad, ha cancelado spots por su contenido de odio, de discriminación, de resentimiento, que no deben existir en una competencia que sea digna de una democracia.
El clero, que debe ser un oasis de tranquilidad en medio de una crisis social, tomar sus banderas e impulsa a sus favoritos, lo cual no sólo viola la ley, sino que manipula desde el púlpito una actividad en la que no debe intervenir, y si lo hace debería hacerlo pugnando por la paz entre los mexicanos y no dividiendo entre buenos y malos a los miembros de una sociedad que debe votar libremente.
Los medios han tenido un papel muy importante en esta polarización que desde ahora se antoja difícil de conciliar. Pareciera una guerra entre países, entre dos culturas diferentes. Entre rivalidades ancestrales. Sólo es una competencia por el gobierno, que por importante que sea su momento político y por trascendentes que sean sus resultados no deben dividir a los mexicanos.
La sociedad en lugar de dividir la información, así como le hace con la basura entre orgánica e inorgánica, debe saber la verdad sobre su realidad. También debe tener la suficiente capacidad para saber lo que es cierto y lo que no lo es. Porque parte de la sociedad adopta como verdad lo que coincide con su forma de pensar y no acepta lo que el sentido común y la lógica dictan. La población tiende a dejarse llevar por las noticias con las que coincide, aunque en el fondo sospeche que no son ciertas.
Los medios deben ser más profesionales en medio de un momento histórico sin precedente, es por ello por lo que deben evitar ser un punto negro en el destino de un país que les ha ofrecido credibilidad y la han despreciado.
La necesidad urgente de una concordia entre mexicanos es labor de todos. Empezando por el gobierno, que debe apegarse a derecho y explicar las razones, en cada caso, de sus acciones. No sólo presentar verdades absolutas como si sus decisiones fueran emanadas por el reino de Dios.
La autoridad electoral debe crear las condiciones necesarias para que la democracia sea una fiesta de unidad, donde se elija con libertad, sin mentiras ni manipulaciones a los representantes populares, pero son los primeros en colocarse fuera de la imparcialidad que debe identificar su trabajo.
La oposición debe dejar venganzas y rencores y proponer alternativas más allá de la descalificación que nada expresa, sólo desencanto. Los líderes de todos los partidos deben defender la democracia en la que deben desarrollarse, consolidar el sistema de partidos que es el sistema que los mantiene vivos y no atentar contra ese sistema que sin él estarían fuera de la jugada política. Si los partidos no respetan la democracia también descalifican su propia participación en las urnas y de esto parecen no haberse dado cuenta.
La reconciliación entre mexicanos debe ser un llamado de todas las fuerzas que produjeron ese desequilibrio, esa enemistad que ha provocado encarcelamientos, torturas, desapariciones, asesinatos, etc.
Hay quienes ganan simpatías, dinero, posiciones, espacios, subsidios. Es decir, mientras más dividido está un país en su raíz social hay más posibilidad de delitos, impunidad, corrupción fraudes, etc. La unidad crea armonía que se basa en las leyes que han costado muchas vidas a quienes pelearon por ellas, las defendieron. Pero destruir es buen negocio cuando hay alguien que gana algo con la destrucción de otro sin importar si son semejantes, familia, hermanos.
Será difícil colocar por sobre las diferencias, que no son pocas, la necesidad de concordia, porque si hubiera una palabra que identificara estas campañas y la jornada electoral sería “odio”. A este punto hemos llegado y parece que no nos hemos dado cuenta. Hemos reducido nuestra capacidad de tolerancia para abrirle las puertas al resentimiento. Esto debe tener una solución noble, digna de los mexicanos.
En México más que crisis política, económica y social hay un quebranto en la hermandad que surge en el suelo y se consolida con una historia común, pero cuando se siembra la posibilidad de ser superiores a un igual, es cuando el enfrentamiento comienza. Es necesario dejar de pensar que alzar la bandera blanca es un símbolo de rendición, es un emblema de paz, de hermandad.
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